Soy una Charo. Me enteré hace poco. El diagnóstico lo hicieron un puñado de tipos en redes sociales basándose en lo que otro puñado de tipos llevan años diciendo. El concepto “Charo” data de 2011, aunque ha ido sumando acepciones. La primera noticia conocida que tenemos del término es la definición que un usuario hizo en el foro burbuja.info hace más de diez años: “Una Charo es una mujer soltera/divorciada, de más de 30 0 35 años, generalmente sin hijos, que se caracteriza por estar siempre amargada, vivir sola- bueno, con sus gatos-, que ha tenido, tiene y tendrá problemas de depresión, el Prozac es un clásico en su vida y su vida sexual se limita a un consolador de su color favorito. Es la mujer liberada que no necesita un hombre en su vida y ese rollo funcionó hasta que se le pasaron los 30 o 35 años, ahora está quemada de la vida y es, en el mejor de los casos, un juguete roto”. Son sobre todo los usuarios de los foros donde la misoginia es la reina, como burbuja.info o forocoches, los que siguen perfilando la definición de los que es una Charo. Hay hombres que te responden con un “ok, Charo” a las publicaciones en redes sociales en las que hablas de machismo, o bien citan tus tuits o tus textos y te señalan como Charo.

Otro usuario de ese foro hablaba de las Charos como “estas tipas de 40 años en adelante, tintes caoba, voz cazallera y chapas propalestinas y del “No a la guerra”. Según su descripción, las Charos son afines a los partidos de izquierdas, “quieren siempre más y no consienten ni que les mires a los ojos, ni que pongas en duda su capacidad en ningún ámbito. Ni se te ocurra, porque descargarán contra ti toda su ira”. “Las Charos, como las visilleras, siempre tienen razón, y no es que ellas sean incoherentes, o unas aprovechadas. No. La causa de sus desgracias es siempre el machismo patriarcal, la incomprensión, y todas esas cosas”. Lo mejor de todo es que al terminar su descripción, el usuario se defendía preventivamente y dejaba claro que no era del PP ni de la Falange, y que tampoco era misógino, “aunque tengo mis momentos malos”. Ajá.

Los caminos de la charología son inescrutables, pero yo diría que tienen mucho en común con los de otros términos como “solterona” o “mal follada”, que ya suenan rancios. El de la Charo es un fenómeno más milenial, más pop, más de Twitter, Tiktok y Twitch. Viene a reconvertir un concepto que no es novedoso, pero que ha tenido que adaptarse a otra realidad, una realidad en la que la palabra “feminista” ha perdido la connotación negativa para muchísimas mujeres y en la que losa viejos estereotipos deben ser reformulados con un halo más moderno para sobrevivir. La ultraderecha de Vox ha utilizado la palabra Charo en sus redes sociales para señalar a mujeres. La redacción de la revista feminista Pikara Magazine ha amanecido en varias ocasiones cubierta de pintadas con insultos y amenazas. Una de esas veces, dos de las pintadas aludían a esta expresión: “Fuera Charos de nuestros barrios” y “Ok, Charos”. Decían las compañeras de la revista que ese nuevo insulto machista pretende ser despectivo contra “esas mujeres que alzan la voz y que no cumplen con los mandatos de la feminidad”.

El objetivo de la palabra Charo, como de todas las mencionadas antes, es el mismo: etiquetar a las mujeres que no cumplen ciertos mandatos y que incomodan, y hacerlo con una palabra de tono gracioso. Crear un término y cargarlo de connotación chistosa y ridícula sirve para desacreditar a las mujeres pero de manera ligth. Si eres tachada de Charo, nada de lo que digas puede ser tomado en serio. Eres un arquetipo, un tópico del que reírse. Es un intento más de hacer sentir mal a las mujeres que reúnen ciertas características. Otra manera de hacerte ver que no cumplir con los mandatos tiene consecuencias. “Charo” no suena tan fuerte ni tan claro como ”puta” o “zorra”, términos que seguramente no tantos hombres ni organizaciones se permitirían utilizar en público hoy en día. Puta y zorra son insultos reconocidos como tal y su uso puede tener consecuencias si, por ejemplo, alguien denuncia a un usuario o se queja de una publicación. Con Charo, ¿qué vas a denunciar?

En Maleducadas, Flor Freijo se pregunta: ¿quién nos mira?, ¿quién controla los mandatos? “Bueno, esa es la pregunta compleja y creo que ahondar en la educación nos da la respuesta. No hay algo así como “el mal” representado en alguien o algo fundacional, pero sin duda la historia de nuestra libertad fue cercenada en diferentes momentos”, responde. Freijo apunta a tres pilares que han atravesado la educación de las mujeres llenándola de mandatos. “El primero ha sido educarnos para roles muy predeterminados y abonar miedos e inseguridades personales muy fuertes que nos ajustaran a las tareas sociales demandadas; cuidar, reproducirnos, criar, amar sin condiciones. Muchos de estos miedos aún nos acompañan: ¿qué pasa si hablo, si digo basta o incluso si engordo y ya no soy esa femme fatale que se espera?, ¿qué pasa si hago algo que me cataloga como una mala madre?, ¿qué pasa si hago tal cosa y me quedo sola”, señala.

La sociedad ya no nos educa para que las mujeres únicamente cuidemos, nos reproduzcamos y amemos, o al menos no lo hace de la misma forma que antes. Aunque tener ahora una pareja o hijos es una opción y no una obligación, en el prototipo de la buena mujer conviven las ideas de empoderamiento femenino, carrera laboral y realización personal con las de amor, entrega y familia. Ya no se espera de nosotras que solo amemos y cuidemos, pero sí que cuidemos, gustemos y amemos además de todo lo que sea que queramos-o debamos- hacer- El miedo a la soledad es la disciplina en la que se entrena a las mujeres para que rehúyan la tentación de la independencia y sigan entregándose a complacer, a querer y a encargarse de todos esos trabajos no pagados que hacemos en nombre del amor. Es una soledad entendida como ausencia de pareja hombre, un destino que sigue son considerarse del todo deseable, al menos cuando eres mujer y has pasado los 35.

La palabra Charo invoca ese miedo a la soledad, al rechazo. Las Charos no son atractivas. Como decía el mismo usuario que definía el término y que aseguraba no ser misógino, “obviamente no todas las mujeres son así [Charos], pero sí existe un enorme porcentaje de ellas que, con las características antes descritas, suponen (siendo objetivos) una auténtica lacra social a medio camino entre lo trágico, lo asquerosamente corrupto y lo risible”. Una lacra social, medio trágica medio cómica. ¿Quién podría querer a una mujer que perteneciera a ese grupo?, ¿a quién le gustaría una mujer así?, ¿quién estaría dispuesto a comprometerse con ella? Las mujeres estamos construidas bajo la mirada de lo deseable, así que no serlo constituye un peligro. Incluso aunque quieras rebelarte contra esta amenaza, el miedo aparece y hacen falta herramientas para gestionarlo.

Dice Freijo: Aunque no queramos, la presión por cumplir todos los mandatos responde a un miedo muy interno y en general no consciente de terminar solas, aisladas, no-miradas. Esa idea es en realidad un velo que no nos permite ver todo lo que aceptamos hacer en la búsqueda desesperada por no quedarnos solas. Pero esa soledad que sentimos, o que visualizamos como castigo tácito al no adecuarnos al modelo de la buena mujer, es una trampa. Una trampa basada en una educación histórica que nos dijo que las mujeres solas valemos menos. Y efectivamente así fue por siglos: las solteronas, las prostitutas, las viudas, incluso hoy las turistas que viajan solas, somos miradas con sospecha. Queremos la sentencia positiva, la palmadita en el hombro. Nuestra autoestima está conectada mediante un hilo con la mirada externa y dependemos de ese hilo porque nos educan para eso: ser lo suficientemente buenas para el ojo social pero lo suficientemente sumisas para aceptar cada espacio de desigualdad en nuestras vidas.

Es por eso que frente a la idea de independencia económica por la que tan arduamente pelearon las generaciones anteriores de mujeres, deberíamos situar ahora en el centro la de independencia emocional. Y no porque la independencia económica esté garantizada para todas- la precariedad, la inestabilidad laboral y los sueldos bajos son una realidad para buena parte de la población femenina-, sino porque, aun consiguiéndola, el yugo de la dependencia emocional es una amenaza que permanece para todas sea cual sea nuestro estatus social o económico. Esa independencia emocional no consiste en no desear amar y ser amada, o en no querer estar en pareja. Tampoco significa renunciar a la ternura, el cuidado, el enamoramiento, el placer, la interdependencia o la vulnerabilidad. La independencia emocional sería más bien la emancipación de esa mirada machista que busca acomplejarnos en función de nuestro aspecto, de nuestra forma de vivir, de nuestro estado amoroso y de nuestra sexualidad. Prueba de que esas cuatro cosas son aún hoy el corazón de la construcción patriarcal de la identidad femenina es que el término Charo esté tan bien emparentado con el de mal follada y solterona. Al fin y al cabo, quieren establecer una relación inversa entre nuestra rebelión y nuestro “estatus”. Nuestras ideas con nuestra capacidad para ser o no deseadas y amadas. Son también esos conceptos los que más sufrimiento siguen generándonos a las mujeres, por más deconstrucción feminista que llevemos encima.

La activista y escritora francesa Pauline Harmange escribió un ensayo con el provocador nombre de Hombres, los odio. Decía: “Para las mujeres, tener pareja es una necesidad, porque a ojos del mundo una mujer sola no tiene el mismo valor que una mujer que pertenece a un hombre. Nos imaginamos a las mujeres solteras y sin hijos como criaturas egoístas y amargadas, mientras que las que están casadas y son madres son totalmente libres de expresar su generosidad y dulzura naturales. Gastamos mucha energía en convencer a las mujeres de que emparejarse con un hombre es lo que más podrá beneficiarlas, y ellas se dejan convencer porque el fantasma de la solterona y sus gatos flota, siniestro, sobre su existencia como mujeres solteras”. Es gracioso que Harmange mencione justo a los gatos, una característica muy de Charo, según algunas de las definiciones más compartidas. Es el imaginario de “la loca de los gatos”, ese icono típico de series y chistes en el que ninguna mujer quiere convertirse. Patty y Selma Bouvier, las tías de los Simpson, son un ejemplo perfecto de ese arquetipo: las dos hermanas pasan los 40, viven juntas, tiene gatos, fuman mucho y son solteras. Sus historias giran sobre sus frustrados intentos por mantener una relación sentimental estable con un hombre y no envidiar demasiado a su hermana Marge, que, aunque está casa y tiene hijos, no parece una mujer especialmente feliz con su vida. Solo pasadas muchas y muchas temporadas Patty sale del armario y se reivindica como lesbiana. Sigue Paulina Harmange: “Hace mucho que hicimos creer a las mujeres que su realización personal dependía de la intervención de un hombre, por mucho que este sea insensible, perezoso o insignificante en general: lo que sea, antes de estar sola”. En una época en la que la sumisión ya no nos es impuesta por la ley, la creencia de que necesitamos un hombre al lado a cualquier precio para estar completas ha adquirido aún más fuerza. La validación masculina, la bendición de la mirada androcéntrica, es la ley no escrita que, aunque nos joda, llevamos grabada a fuego. Para encajar en ese estándar las mujeres llegamos a hipervigilar nuestro cuerpo, nuestra ropa, nuestras palabras, nuestra manea de hablar, nuestras emociones, nuestras necesidades, nuestros deseos.

Harriet Lerner lo llama “el síndrome de la dama agradable”: “En las situaciones que podrían suscitarnos claramente enfado o protesta nos quedamos calladas o bien lloramos, nos volvemos autocríticas o nos sentimos heridas. Si, a pesar de todo, llegamos a enfadarnos, ocultamos nuestros sentimientos a fin de evitar la posibilidad de un conflicto abierto. Además de no mostrar nuestro enojo, eludimos comunicar con claridad nuestras opiniones y sentimientos si sospechamos que tal franqueza podría incomodar a la otra persona y poner de manifiesto puntos de vista diferentes. Cuando nos comportamos de este modo, usamos la mayor parte de nuestra energía para proteger al otro y preservar la armonía de nuestras relaciones a costa de renunciar a ser nosotras mismas. Con el tiempo podríamos llegar a perder nuestra conexión interna: al esforzarnos tanto por “interpretar” las reacciones de los demás y procurar por todos los medios que no se ofendan, nos desconectamos cada vez más de nuestros propios pensamientos, emociones y deseos. Cuanto más “agradables” somos, más enfado y rabia acumulamos en el inconsciente. La ira es inevitable cuando nuestras vidas  consisten en ceder y asentir; cuando nos responsabilizamos de los sentimientos y reacciones de los demás, cuando renunciamos a la responsabilidad de velar por nuestro desarrollo personal y la calidad de nuestras vidas, cuando actuamos como si tener una relación fuera más importante que tener una identidad. Desde luego nos está prohibido experimentar esta rabia directamente ya que, por definición, las “damas agradables” no son “unas amargadas”. Las palabras de Lerner combinan la crítica a la estructura en la que estamos inmersas con una llamada a la acción. Las mujeres tenemos una responsabilidad que asumir. Nadie dice que sea fácil, pero es necesario que seamos conscientes de la manera en la que el mandato del agrado nos atraviesa a cada una. Tener una identidad debería ser una prioridad, por encima de agradar y ceder. El miedo a asustar a los demás y quedarnos solas nos impide reconocer que, sin identidad, podremos estar acompañadas pero no sentirnos plenas ni felices. Ese miedo es una amenaza para que no comprobemos que tener una identidad ni significa estar “sola”, sino estar mejor y bien rodeada.

(Ana Requena Aguilar. Intensas. Rocaeditorial. Barcelona. 2023)